martes, 4 de noviembre de 2008

Casas Viejas

Es una lástima que aquello que incide más directamente en nuestra alma, sea lo más difícil de aprender, y que los surcos de las heridas más certeras, más profundas en nuestra condición humana, tiendan a abrirse a la menor oportunidad, en aras, falsas claro, de conceptos como “bien común”, “legalidad” o simplemente, “justicia”. Los caminos a los que odio nos guía son variados pero, al igual que los que conducían a la ciudad eterna, acaban todos en el mismo sitio, un lugar lúgubre y falaz que no sabría ni explicar ni situar pero que en cualquier caso debe estar en las antípodas de la condición humana. En España conocemos bien los caminos del odio y los desencuentros a los que conduce. Hemos transitado por ellos voluntariamente durante generaciones y, los cortos períodos donde manejarse de distinta manera parecía posible, han sido fagocitados por aquellos, enterrando – otra vez – la esperanza de dejar definitivamente de lado la sinrazón y el resentimiento... también conocidos ambos en nuestra historia patria como “Las dos Españas”

Hace casi ochenta años, la proclamación de la II República en España supuso una ráfaga de esperanza e ilusión para millones de españoles, desplazados por un sistema político anterior que estaba, en el mejor de los casos, caduco y, en el peor, completamente viciado y corrupto. Este status quo motivaba situaciones de infinita injusticia que derivaban en pobreza, marginalidad social y explotación laboral en muchas regiones de España y que convirtieron provincias enteras en los cotos privados de una élite que identificaba el progreso del país con el suyo propio. La situación, por variadas razones, se hizo especialmente dura en Cádiz de manera que la zona se convirtió en terreno abonado para movimientos anarquistas que ocasionalmente tomaban un cariz demasiado violento.

La Ley de Reforma Agraria de 1932 pretendió dotar de tierras a los campesinos sin propiedad pero se ejecutaba lentamente a causa de las numerosas cortapisas de oligarcas y terratenientes y la endémica falta de fondos del país. Todo ello iba a desencadenar una serie de sucesos que culminaron, de la peor manera posible, el 11 de enero de 1933 en la pedanía gaditana de Casas Viejas. Ese día, al amanecer, el cuartel de la Guardia Civil fue atacado por unas doscientas personas armadas de escopetas de caza, hoces y guadañas. En el tumulto subsiguiente, se hirió de consideración al Comandante del puesto y a uno de los números y, más levemente, a otros dos compañeros. Los dos primeros morirían unos días más tarde pero, el mismo 12 de enero, el gobierno desplazó a la zona al cuerpo de Guardias de Asalto – tradicionalmente menos conservador que la Benemérita – con la esperanza de prender a los cabecillas, llegar a un acuerdo con el resto y finiquitar la insurrección lo antes posible.

Desgraciadamente, para cuando llegaron estos refuerzos la situación no solo no se había calmado sino, más bien al contrario; Francisco Cruz, llamado el “seisdedos” se había atrincherado en una mísera choza – la vivienda habitual en el pueblo – junto a su mujer y varias personas de su familia, incluidos dos de sus hijos. Desde ahí increpaban a los guardias y pedían justicia social y el cumplimiento de los términos de la Ley Agraria. El capitán de los Guardias de Asalto, visiblemente nervioso y ante los términos que le llegaban desde Madrid – “¡Acábelo, y si es necesario, con tiros a la barriga!" – opta por prender fuego a varias de las chozas. Iban a morir las primeras ocho personas.

Al poco, con la situación absolutamente descontrolada, se llevan a cabo violentos registros y detenciones sin reparar en que muchos de los culpables de los asesinatos de los guardias civiles ya no se encuentran en el pueblo... Se abren puertas a golpes de hacha, se rompen cristales, se prende fuego a habitaciones y cuadras... A un anciano que apenas puede levantarse de la cama le cosen a balazos a pesar de su grito, medio ahogado, de que “... ¡no tiren, que no soy anarquista!... La orgía de sangre no acaba hasta el atardecer, cuando son fusilados de manera indigna – como si pudiera ser de otro modo... -, atados de pies y manos, Manuel Benítez Sánchez, Andrés Montiano Cruz, Juan García Franco, José Utrera Toro, Juan García Benítez, Juan Villanueva Garcés, Juan Silva González, Balbino Zumaquero Montiano, Manuel Pinto González, Juan Galindo González, Cristóbal Fernández Expósito, Manuel García Benítez, Rafael Mateo Vela y Fernando Lago Gutiérrez... siendo éste el único que realmente había participado en la intentona revolucionaria.

Con medio pueblo ardiendo, con más de dos docenas de personas muertas, con mujeres y niños pisoteados, apaleados... el Delegado gubernativo, Republicano, que conste por favor, manifiesta orgulloso... “Habéis cumplido con vuestro deber. El Gobierno por mi conducto os felicita. Gracias a vosotros, a vuestro valor, a vuestra energía y disciplina, a vuestra obediencia a las órdenes de vuestros jefes, la República ha podido vencer un grave peligro y puede seguir el camino triunfal y glorioso abierto el 14 de abril. Vuestra magnífica conducta merece bien de la Patria y de la República. ¡Viva la República!”

Quizá lo único bueno, es que odio no entiende de siglas, ni de modelos ni de sistemas... Es patrimonio de todos; a ver cuando conseguimos que no sea excusa para nadie.
LAS CLAVES
  • Al parecer la frase "de los tiros a la barriga" fue pronunciada por Azaña en presencia del Delegado del Gobierno y un comandante de los Guardias de Asalto. Lógicamente, fue silenciada inmediatamente.
  • Tiempo después, se consiguió llevar a juicio al Delegado del Gobierno y al Capitán de tras tropas de asalto, director y actor de los acontecimientos. El primero fue absuelto... Al segundo le cayeron más de viente años.
  • Casas Viejas fue el detonante de que la conexión que unía a la República con las más bajas clases agrarias se rompiera definitivamente. Quizás por eso, muchos de ellos acabaron aceptando o poniéndose de lado del alzamiento tres años más tarde.
  • El pueblo salió adelante gracias, en parte, a las donaciones populares canalizadas a través del "Diario de Cádiz"

Saludos.


3 comentarios:

Nacho dijo...

“Casas Viejas fue el detonante de que la conexión que unía a la República con las más bajas clases agrarias se rompiera definitivamente. Quizás por eso, muchos de ellos acabaron aceptando o poniéndose de lado del alzamiento tres años más tarde."

No acabo de estar de acuerdo, las clases agrarias en este país nunca estuvieron ni de un lado ni de otro, simplemente se vieron entre medio y se dedicaron a eso tan humano que es sobrevivir. En otras palabras el nivel socio-cultural del campo español era tan ínfimo en el años 30, las soluciones no llegaron de un día para otro y el poder cacique-católico estaba muy asentado. No creo que en el campo la república desatase las grandes esperanzas que levantó en las ciudades y es posible que tuviera desafecciones, pero no tan determinantes. La politización era infinitamente mayor en las ciudades, y en esos entornos las clases populares eran claramente pro-republicanas.

Por otra parte, una vez empezada la guerra la organización y el aparato represor fue mucho más efectivo en el bando nacional, y como he dicho antes la gente quemó los carnets de los sindicatos y se dedicó a sobrevivir (las milicias en su mayoría salían de las ciudades).


En resumen, un muy buen artículo y como siempre un place disentir contigo en algún punto.

Luis Caboblanco dijo...

Buenos días.

De acuerdo en todo lo dicho excepto en lo relativo a la politización del campo. Es evidente que en los pequeños pueblos rurales la iglesia tenía más presencia en la vida de los campesinos y se vivía la política de "otra manera" pero no creo que se limitaran a verlas pasar; con temas pendientes como el reparto de tierras y otros, el anarquismo tuvo una fuerte implantación en bastantes zonas del campo, ya fuese con matiz izquierdista, marxista o incluso con tendencias católicas (que también lo hubo)...

Coincido en que la base republicana estaba en las ciudades pero por eso mismo lo que valía para retener Madrid, Barcelona o Bilbao, ese sentimiento de clase, no evito que enormes zonas rurales cayeran ante el avance nacional casi sin lucha. Y parte de culpa la tiene, en mi opinión, la multiud de promesas inclumplidas o mal llevadas a cabo.

Saludos y gracias.

padawan dijo...

Si este es uno de esos episodios tan típicos de las dos Españas, el segundo punto que comentas en las conclusiones también es algo demasiado típico...