jueves, 10 de marzo de 2005

Pompeya


Molde de una de las víctimas de la erupción

Entré en la sala donde se encontraba la mujer, dejé un tintero y unos pergaminos encima de una pequeña mesa que yo mismo había pedido que me prepararan, y tomé asiento con dificultad, aún cansado por el viaje desde Miseno. Hasta que no estuve sentado no reparé en la persona a la que había venido a interrogar. Al parecer, la presa era una de las esclavas que vivía en la Hacienda de Plinio, una de las más cercanas a donde se supone que empezó la catarata de lava. Era alta y fuerte, a pesar de la edad que aparentaba, y esperaba su destino con la mirada huidiza, perdida en algún punto de la pared que tenía tras de mí.

Muchos romanos creen que, moralmente, los esclavos no son de fiar, pero yo, Draco, los considero los testigos más observadores. Es cierto que roban, es cierto que mienten y es cierto que son haraganes. Sin embargo un oyente avezado será capaz de sacar partido a esa falta de carácter. De un esclavo listo se puede aprender bastante. Y esta que tengo ante mí, parece cualquier cosa menos necia.

Me ha dicho el carcelero que es seguidora de la secta del Galileo, como gran parte de los esclavos en los últimos tiempos. Pero a diferencia de otros, yo no estoy en situación de ser intolerante con las creencias de un Dios campesino y una muerte feliz. Debo valerme de tantos ojos y tantos oidos como sea posible y, según mi experiencia, un cristiano puede ser tan honrado como un buen pagano. O tan venal. Hay malechores de sobra; las religiones no tienen por que pelearse por ellos.

Savia, que así se llama la mujer, está bien alimentada y es más bien rellenita, a pesar de que se encuentra encarcelada. Tiene el cabello salpicado de canas y su encierro le ha teñido la tez de un tono cetrino. Su mirada es más bien rápida y vivaz que discreta, aúnque simula no seguirme con sus ojos. Es una superviviente; ha salido sin un rasguño de la castátrofe. A pesar de la leyenda, constituye la excepción de la esclava que da la vida por su señora. Ahora, sentada en la cámara de piedra, malhumorada, aturdida, esperanzada, desconfiada, engreida... Quiere de mí tanto como yo de ella.

-¿Serviste en casa de Plinio? ¿Conocías a Savia?

Me mira de arriba abajo y asiente con cauteloso orgullo.

-Durante 19 años. La amamante, la lavé, la desteté, la enseñé a comportarse como una romana aunque yo no lo sea. Y la enseñé a ser una mujer…
-¿Para la boda con el Comandante de los Pretorianos, Marco Aldio?
- Fui testiga de cómo se organizaba esta boda, aquí, en Pompeya.
-¿Fue un compromiso por amor o por intereses políticos?
-Por las dos cosas, claro.

No me conformó con su respuesta. Es tan ovbia que no me aclara nada.

-Eso no contesta a mi pregunta. ¿Amaba al esposo que le asignaron?
-Eso depende de lo que signifique amor para ti…
- Acabo de sacarte de tu celda y no me estas ayudando nada.
- ¡Solo para esta entrevista y no he hecho nada para merecer la cárcel!
- Estás presa por ayudar a romper un contrato matrimonial.
- Estoy presa por ayudar a mi señora.

Ella no se arrenda, pues se ha percatado de la lamentable compasión que despiertan en mí las personas de su género y condición. Mi rictus pretende infundirle temor pero sus palabras me divierten y hago esfuerzos para que no se note. Me observa como una perra astuta, cosciente de que representa una propiedad muy valiosa y que la carcel no supone más que un gasto, así que prefiero pasar directamente a las circunstancias de la huida.

- ¿A que hora empezó todo?
- En la madrugada. Estaba amaneciendo. Había habido temblores toda la noche y la gente estaba asustada pero nadie había elegido irse aún. Parecía que todo quedaría en un susto y mi señora y yo decidimos que tenía que ser ese dia.
- ¿Y como burlasteis la vigilancia? ¿No puso Plinio esclavos que custodiasen a Savia?. Se que su padre conocía sus intenciones…
- Si pero los evitamos.
- Continua…
- Conseguí que un par de esclavas nos ayudarán a despistar a los guardias. No nos costó mucho trabajo. Son dos jóvenes muy hermosas y el vino hizo el resto. Estaban borrachos.
- ¿Y el carro?
- El tendero Craso nos los regaló a condición de que quitáramos los distintivos de su negocio. No quería problemas si resultabamos atrapadas. Pero quería mucho a la señora.

Aún no me explicó como consiguieron pasar en un carro con las calles atestadas de gente, huyendo para intentar escapar a la catástrofe. Algunos supervivientes me han confirmado que las calles de la parte baja de la ciudad estaban intransitables casi desde el principio pero está claro que en la parte “rica” de Pompeya, la población debió tomarse las cosas con mucha más calma. Al parecer, a la caida de la noche, se divisaban ya altísimas lenguas de fuego surgidas del Vesubio, pero la gente las atribuía a los incendios en las casas de los campesinos de la comarca. Luego, los pompeyanos se entregaron a un sueño profundo, del que pronto fueron despertados, cuando la lluvia de Lapillo (fragmentos de lava), cada vez más espesa, obstruía los accesos de las casas...y empezaba a amenazar sus vidas.

- Sigue
- Hummm…hubo muchos temblores, sacudidas violentísimas que hacían vibrar las casas hasta los cimientos, de modo que, cuando conseguimos sacar el carro de la tienda de Craso, vimos a la gente en la calle, con cojines en la cabeza, por miedo a los derrumbes y a la escoria.
- ¿Visteis a alguien muerto en aquel momento?
- Un hombre intentaba andar, ayudado por dos esclavos, pero cayo redondo al suelo.

...Posiblemente muerto por el aire saturado de cenizas que le obstruyó las vias respiratorias supongo, y que le bloquearía la traquea que, según mi preceptor en Grecia, era estrecha y podía inflamarse con facilidad. Muchos de los cuerpos que hemos encontrado fuera estaban intactos, como sumidos en un profundo sueño.

- ¿Y que hicisteis para conseguir atravesar las calles?
- Atravesamos por la Hacienda de Lúpulo. Supuse que las puertas estarían abiertas porque los amos están en Campania y los esclavos intentarían ponerse a salvo. La puerta de atrás comunica directamente con la via de la playa.
- ¿Y que visteis allí?
- Animales marinos muertos; por docenas. Y sobre todo, una nube negra y amenazadora, desgarrada por sesgados fogonazos con resplandores del incendio que provocaban los fragmentos de lava ardiendo que caían desde el cielo…

La esclava hace una pausa. Es la primera vez que veo en sus ojos el resplandor de un sentimiento relacionado con la catástrofe; un atisbo de miedo en sus ojos, quizá un mal recuerdo. Pero, subitamente, alza la vista y continua.

- Un jinete, con la pluma blanca de los mensajeros, atravesó la calzada que corría paralela a la playa a toda velocidad. Probablemente iba a pedir ayuda a Miseno. Seguimos avanzando y en algunas zonas había más de un palmo de ceniza en la calzada. Alcanze unos pañuelos que había recogido a toda prisa y le alargé uno a mi Señora.
- Y los edificios ¿resistían?
- Los menos. Varios se habían venido abajo y la pared de uno de ellos había caido encima de un niño, al que la madre trataba de rescatar tirando desesperadamente de su brazo. Lo más seguro es que ya hubiera muerto. Y la madre moríria tambien pues estaba tosiendo, y esputaba sangre sin parar...

Juraría que un atisbo de melancolia apareció en sus ojos. Pero no debería despistarme. Había venido a averigurar cómo consiguió huir la hija de Plinio Falco y faltar a su compromiso de casamiento, y no a averigurar que pasó exactamente en Pompeya los dias 9 y 10 después de los idus de Augustus. En cualquier caso... ¿que había de malo en averigurar lo uno a través de lo otro?.

Continuará...

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Los dias 24 y 25 de agosto del año 79 D.C. las ciudades de Pompeya, Herculano, Stabia y Oplontis fueron sepultadas a causa de la erupción del volcán Vesubio. Los arqueólos han recuperado o identificado 1.047 víctimas.

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