miércoles, 9 de marzo de 2005

Las clases sociales en la Roma Imperial

En la Roma clásica, las distintas clases sociales a las que uno podía pertenecer, estaban perfectamente delimitadas, así como las causas por las que un hombre podía ascender o descender en ellas.

En lo alto de la escala social estaban los Honestiores, etimológicamente, “los ricos”. Estos, a su vez, podían pertenecer a dos clases diferentes: al orden senatorial, si la suma de sus terrenos y bienes superaba la cifra de 1.000.000 de sestercios, lo cual era dificilísimo en aquel tiempo; y los pertenecientes al orden ecuestre o caballeros, que conseguían su carné de socio justificando "solo" 400.000. Los privilegios de unos y otros estaban perfectamente delimitados. Los pertenecientes al orden senatorial administraban las antiguas magistraturas romanas y pasaban a ser senadores después de desempeñar diversos cargos de menor entidad. Se distinguían externamente por llevar sandalias rojas y por el uso de la toga laticlavium, llamada así porque estaba realzada con una gran banda púrpura en los hombros. Los que se inscribían dentro del orden ecuestre constituían el tramo inmediatamente inferior, una especie de nobleza de segunda división, y se caracterizaban por la toga augusticlavium, que incluía una franja también de púrpura, un poco más estrecha y un anillo de oro.

Inmediatamente debajo de los dos grupos anteriores, estaban los humilliores, literalmente, los pobres. Esta categoría era un poco engañosa porque en ella tenían cabida, por ejemplo, todos los propietarios que no llegaran a esos 400.000 sestercios, con lo que se podía ser pobre legalmente y tener una fortuna de 399.999. Lo que realmente les singularizaba como clase, es que tenían vedado el acceso a las magistraturas, cargos públicos o destinos militares de importancia y sus únicas maneras de progresar en la pirámide social romana, era jugándose la vida para conseguir ascender por méritos de guerra o, si uno creía que no había nacido para la milicia, pegando lo que ahora conocemos como un “braguetazo” con algun@ patrici@ ric@.

Lo único que tienen en común todas las categorías anteriormente señaladas, es que a todos sus integrantes les asiste el Derecho de ciudadanía que, entre otros privilegios, incluía la posibilidad de ganarse la vida como soldado en las legiones romanas (para las fuerzas auxiliares no hacía falta ser ciudadano) y la Provocatio Ad Populum, o posibilidad que tenían los ciudadanos romanos que resultaran detenidos en cualquier lugar del Imperio, de ser juzgados en Roma, ante un tribunal romano.

Entre los no ciudadanos tenemos dos categorías: Libertos y esclavos. A los libertos no se les conocía así por el hecho de llevar pantalones vaqueros sino porque en algún momento de su vida fueron cautivos, y su dueño les declaró libres mediante el acto de la manumissio, como recompensa por los servicios prestados durante su vida o algún tipo de circunstancia especial que, a los ojos del amo, lo justificara. La manumissio generalmente se ejecutaba en el testamento y los beneficiados solían ser obreros especializados o preceptores de jóvenes o niños.

Los esclavos eran el escalón más bajo de la escala social y, en sentido estricto, no tenían la categoría jurídica de persona. Podían llegar a esa situación como consecuencia de guerras, impago de deudas o por ser hijo de esclavos. Eran trasmisibles por contrato, debían obediencia total a su señor, no tenían prácticamente ningún derecho y sin embargo, lo que sí tenían, eran grandes posibilidades de morir por un arrebato de su propietario. Los esclavos valiosos a causa de sus habilidades, recibían un trato más misericordioso porque, en el fondo, formaban parte del capital de su patrono, el cual probablemente no estaría dispuesto a tirar piedras contra su propio tejado. Un esclavo con alguna habilidad especial, ojos bonitos o caderas firmes podía alcanzar un precio absolutamente astronómico. Con el paso de los años se constató un cierto relajo en las condiciones de vida de estos pobres seres, concediéndoles por ejemplo, la posibilidad de administrar un pequeño dinero que el patrón estaba obligado a darles, el pecullio o estableciendo la prohibición de azotarles sin motivo, etc.

Dos curiosidades: Con la llegada del cristianismo, y su efecto liberalizador para la rígida sociedad romana, las manumisiones llegaron a tener un carácter tan masivo, que el Emperador Tito se vio obligado a restringirlas a cien por testamento, al parecer porque los campos se quedaban sin brazos para trabajarlos. Por otro lado, el personaje más famoso que recurrió a la provocatio ad populum fue el apóstol San Pablo. Después de su quinto viaje, ya en Jerusalén, fue prendido por los romanos a instigación de los judíos, pero consiguió que le llevaran a Roma para ser juzgado. Allí estuvo preso dos años, hasta que, en el marco de las persecuciones de Nerón, le cortaron la cabeza en el 67 D.C. Dicen que el martirio le sobrevino en un lugar que luego se conocería como “las tres fontanas”, a causa de los tres golpes que dio su cabeza en el suelo cuando se la cortaron, y de las tres fuentes que surgieron a continuación.
¡Hala!

No hay comentarios: