lunes, 28 de marzo de 2005

Breve historia de Roma para la hora del café (VI)

Acaso podían haber tenido razón si Tanaquila, que así se llamaba la mujer, hubiera sido romana, es decir, habituada solo a obedecer. Pero al contrario, era etrusca, había estudiado y, sobre todo, se sabía más lista que los mismos senadores, muchos de los cuales eran analfabetos. Con el cuerpo del Rey aún caliente, ocupó el trono y lo mantuvo contra viento y marea mientras que Servio, su hijo, crecía y se convertía en el único rey de Roma que ocupaba el trono sin ser electo. Su gobierno tuvo un cierto carácter ilustrado y bajo él se llevaron a cabo algunas de las más importantes empresas de la Roma monárquica, como la construcción de las murallas que rodearon el perímetro de la ciudad.
Como medida política, Servio concedió la ciudadanía a los libertinos, o sea, a los hijos de los esclavos liberados, los libertos. Como quiera que debieron de ser miles y miles de personas, esa masa se convirtió en su más encarnizado valedor. Después, abolió las treinta curias en los que se dividía la primitiva población de la ciudad y las sustituyó por cinco clases, diferenciadas no en función de su posición social o abolengo, sino de su patrimonio. Esta división tiene un alcance político que debemos entender: mientras que en la ordenación en curias, todos eran pariguales, al menos en teoría, y el voto de cada uno valía por cualquiera, las clases votaban por centurias, pero no había un número igual de ellas. La primera tenía noventa y ocho votos. En total eran ciento noventa y cuatro votos posibles con lo que, las otras, aunque se coaligasen, no lograban alcanzarla. Servio acababa de inventar la democracia proporcional.
Sostenido por sus grupos afines, el monarca se rodeó de una guardia profesional para proteger su vida de los malintencionados y se sentó en un trono de marfil, con un cetro en la mano, rematado por un águila, suponemos que para pasar desapercibido. Era difícil eliminar a un hombre semejante y para lograrlo, sus enemigos tuvieron que recurrir a las artes de su sobrino yerno que, como tal, podía moverse a sus anchas por el palacio. Este segundo Tarquinio, antes de arriesgar el golpe, intentó que las clases derrocaran a su tío pero al ver que salía confirmado de nuevo, no quedó más salida que el golpe de puñal. Pero el suspiro de alivio que exhalaron los senadores al ver que el cuerpo sin vida del Rey rodaba por las escaleras del trono, se les quedó en la garganta cuando vieron al asesino sentarse en él sin ni siquiera pedirles permiso. El nuevo monarca hizo bueno el refrán de más vale lo malo conocido… En efecto, le bautizaron el soberbio para distinguirle del fundador de la dinastía. Soberbio no sabemos, pero belicoso lo debió de ser de veras, porque pasó la mayor parte de su regencia haciendo guerras. Volvió a atacar a los sabinos (y van…) a los etruscos y a las colonias de ambos hasta llegar a las tres cuartas partes de la bota italiana. En suma, Tarquinio fue, un poco por la diplomacia y un bastante por la fuerza de las armas, el jefe de algo que, para aquella altura de los tiempos, era un pequeño imperio.
Pero un día, estaba en el campo con sus soldados, su hijo Sexto Tarquinio y su sobrino Lucio Tarquinio Colatino. Estos, quizá bajo los efectos del vino, comenzaron a alabar las virtudes de sus respectivas esposas. Probablemente uno le dijo al otro: "La mía es una esposa honesta; la tuya te pone los cuernos". Decidieron volver a la ciudad para comprobarlo. Montaron a caballo y se fueron. En Roma, encontraron a la mujer de Sexto banqueteando con los jóvenes de la corte y dejándose cortejar. La de Colatino, una tal Lucrecia, se consolaba tejiendo. Sexto, mortificado por los celos y, suponemos, por el peso de la cornamenta, se propuso cortejar a Lucrecia y al fin, con la ayuda de la violencia, venció su resistencia.
Tras el ataque, la pobre joven llamó a su padre y su marido, y se tuvo que armar la de Troya, porque todo acabo con el suicidio de la joven de una puñalada en el corazón. El Senado, se reunió con carácter de urgencia y aprovechó la infamia para proponer destronar al Soberbio y expulsar de la ciudad a toda su familia. Entretanto, en el campamento de las legiones, el marido ultrajado ya se había ocupado de sembrar el desconcierto entre las tropas, que acabaron sublevándose y marchando contra la capital. Tarquinio huyo hacia el norte, refugiándose en aquella Etruria de donde habían venido sus antepasados, y pidió hospitalidad al primer magistrado de la ciudad de Clusium, una tal Porsenna, que se la concedió.

Mientras tanto, en Roma, se proclamaba la República. Como más tarde los Plantagenet en Inglaterra y los Borbones en Francia, también la monarquía de Roma había durado siete reyes.

Corría el año 509 antes de Jesucristo.

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