lunes, 14 de marzo de 2005

Breve historia de Roma para la hora del café (IV)

Tras Tulio Hostilio llegó Anco Marcio, último de los reyes de origen latino. Reinó desde el 642 al 617 A.C. y derrotó a diversos asentamientos que impedían la expansión de Roma, extendiéndose hacia el mar y fundando el puerto de Ostia. Sabemos poco de él, aunque en líneas generales, debió de ser un rey muy beligerante, al estilo de su predecesor, Tulio. En cuestiones religiosas, el hombre era un auténtico artista; como quiera que se dio cuenta que las decisiones que se toman con el apoyo de una divinidad, tienen más predicamento entre el vulgo, se inventó una pantomima en la que, cada vez que subía a una de las colinas de Roma, los dioses le comunicaban directamente sus órdenes y él se convertía en un mero ejecutor celestial. Le fue de maravilla porque no tuvo un atisbo de oposición en todo su reinado.

La estratagema puede parecer infantil pero aún hoy sigue arraigando, de vez en cuando. El pleno siglo XX, Hitler, para hacerse obedecer por los alemanes, no encontró una mejor. Y de vez en cuando descendía de la montaña de Berchtegaden con alguna nueva orden del buen pastor en el bolsillo: La de exterminar a los hebreos, por ejemplo, o la de destruir Polonia. Y lo bueno es que, al parecer, el también se lo creía. En estos asuntos, la humanidad no ha progresado mucho desde los tiempos de Marcio. El caso es que Anco Marcio buscó camorra con todas las ciudades que rodeaban a Roma, las cuales, al no sentir tan de cerca la influencia etrusca, estaban mucho peor armadas y organizadas que los romanos.

Hasta Marcio, el elemento campesino prevaleció en Roma y su economía fue sobre todo agrícola. La mayor parte de la población vivía aún en cabañas de barro construidas desordenadamente, con una puerta para entrar en ellas pero sin ventanas, y una sola estancia donde vivían, dormían y comían todos juntos, padres, madres, niños, abuelos, yernos y nueras...Por las mañanas los hombres bajaban al llano para labrar la tierra. Y entre ellos estaban también lo senadores que, como todos los demás, uncían sus bueyes y sembraban la simiente o segaban las espigas. Excepto cuando había guerra; entonces los agricultores se ponían la careta de soldados y empuñaban las armas no para aumentar la gloria de Roma sino, de momento, para asegurar su propia supervivencia.

Así crecían los ciudadanos romanos. A tal régimen no escapaba ni siquiera el rey que aún no tenía uniforme, yelmo o insignias especiales. No esta claro que tuviese un Palacio o por lo menos una oficina. Si, en cambio, que andaba entre la gente sin una escolta de protección más que en caso de guerra declarada, porque, de haber tenido una, todos les habrían acusado de haber intentado reinar por la fuerza. Tampoco los romanos iban a la guerra con algo que pareciera una organización militar propiamente dicha. Las armas eran sobre todo garrotes, piedras y toscas espadas; aún quedaba tiempo para llegase el yelmo el escudo o la coraza, inventos que debieron suponer una revolución parecida a la que en nuestros días produjeron al ametralladora o el tanque. Los reyes, poderes políticos auténticos, no debieron tener muchos, porque los más grandes y decisivos permanecían en manos del pueblo les elegía y ante el cual tenían siempre que responder. Esto en sí no significa nada, porque en todos los tiempos y bajo cualquier régimen, el que manda siempre dice que lo hace en nombre del pueblo. Más en Roma no se trató de palabrerías, al menos hasta la dinastía de los Tarquinios, a los cuales no hemos llegado todavía.

Con este sistema Roma creció a expensas de los latinos al sur, de los sabinos y los ecuos al este y de los etruscos al norte. En el mar no osaban aventurarse militarmente porque no tenían aún una flota y su población campesina desconfiaba de él por instinto. Bajo Anco Marcio, al igual que con Rómulo, Numa o Hostilio, los romanos fueron rurales y su política, terrestre.

Fue el advenimiento de la dinastía etrusca lo que cambio radicalmente las cosas, tanto en política interior como en la exterior…
PD: De este tiempo trae causa la antigua división entre patricios y pebleyos. El Senado estaba con respecto al resto de los romanos en la misma posición que el padre con respecto a su familia. Como un padre, el Senado era más viejo y más sabio, y se esperaba que sus órdenes fuesen obedecidas. Por ello, los senadores eran los patricios, de la palabra latina que significa «padre». Este término fue luego extendido a sus familias, pues los futuros senadores fueron elegidos en esas familias.

Según la tradición, Anco Marcio llevó a nuevos colonos de las tribus conquistadas a las afueras de Roma para que la ciudad en crecimiento dispusiera de brazos adicionales. Fueron establecidos en el Monte Aventino, en el que Remo había querido fundar Roma siglo y cuarto antes. Ahora se convirtió en la quinta colina de Roma.

Los recién llegados al Aventino, desde luego, no fueron puestos en un pie de igualdad con las viejas familias, pues éstas no deseaban compartir su poder. Las nuevas familias no podían enviar representantes al Senado ni aspirar a otros cargos gubernamentales. Fueron los plebeyos, palabra latina que significa “gente común”.
¡Empieza la semana!

1 comentario:

Turulato dijo...

Muy bien explicado el poder en este artículo.